1968 decía, sí. Yo me acuerdo. Tenía diecisiete años. Entonces el Barça tenía un árbitro con el que le solían ir bien las cosas. Era (es) mallorquín y se llamaba (se llama) Rigo. Figúrense lo perseguido que estaba el Barça que Rigo le arbitró ¡trece! de los treinta partidos de Liga de la temporada. Aún así no ganó la Liga. En vista de eso, Rigo le arbitró al Barça los cuartos de final contra el Athletic de Bilbao, en San Mamés y en el Camp Nou. Pasó el Barça, con quejas bilbaínas. Luego arbitró las dos semifinales contra el Atlético de Madrid, Manzanares y Camp Nou. Pasó el Barça, con grandes quejas del Atlético.
Final: Madrid-Barça en el Bernabéu. ¿Arbitro? ¿Lo adivinan? Rigo. Autogol de Zunzunegui, agarrón de Eladio a Serena en el área que se va al limbo, zancadilla de Torres a Amancio en el área que se va al limbo y finalmente victoria del Barça por uno a cero. Se recuerda como la final de las botellas, por las muchas que los madridistas tiraron al campo. Pero a lo mío: imaginen lo que mandaba el Barça para conseguir eso. Con Franco. Luego mandó más, con Juan Gich i Bech de Careda, gerente del Barça elevado a Delegado Nacional de Deportes por el penalti de Guruceta. Se lo contaré en cuanto pueda.
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EL MEJOR ACTOR DE CATALUÑA
La reacción del presidente Laporta tras saber que el Deportivo denunció en la Liga la licencia de Messi fue afirmar que este asunto le recuerda el caso Di Stéfano. En efecto: no sólo Alfredo llegó a España con ficha juvenil a sus 26 años sino que el club de Riazor tuvo un destacado protagonismo en su aterrizaje en nuestro fútbol, como todo el mundo sabe. Di Stéfano llegó a España por Finisterre preguntando por un niño-talento llamado Amancio, del que hablaban y no paraban los emigrantes gallegos que se hacían de River.
Créanme, que soy un experto en la materia: cuando apelan al franquismo es porque están sin argumentos. Laporta, dice un colega, es el mejor actor de la escena catalana. Ha superado a Fontseré y a Gaspart, los números 1 y 2. Y como buen actor, sabe que le toca actuar ahora como nunca. El Estatut, el franquismo, las libertades... Todo para desviar la atención de lo fundamental: ya no es el Madrid, ya no es AS, su periódico de cabecera, ya son el Deportivo y el Alavés los que le denuncian, ya es el Zaragoza el que clama por el arbitraje como antes lo hizo el Betis, ya es la Liga Profesional la que se siente timada por sus manejos, ya es el propio Comité de Competición de la Federación Española el que le pide alegaciones sobre el chico argentino al que le dio luz verde... ¡la propia Federación! Laporta sabe que le van descubriendo sus trampas y actúa a lo bruto. Eso sí: hay que tener arte para hablar de franquismo teniendo como mano derecha a un cuñado-patrono de la Fundación dedicada al caudillo.
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LAPORTA DEBE HABLAR POR TODOS
El fútbol es un reflejo de la sociedad, de ahí su riqueza en matices. Bajo su manto protector caben todos, ricos y pobres, iletrados y eruditos, respetuosos y, lamentablemente, salvajes e inadaptados. Blancos, negros, amarillos, el fútbol no sabe de razas ni de religiones, y si en algunas ocasiones se ha convertido en tribuna política ha sido también como acto reflejo de una convulsión social, nunca por una voluntad expresa de erigirse en foro asambleario o extraparlamentario. El fútbol es pasión por su propia mixtura, y en sus tribunas se abrazan alborozados o se cabrean como monos tipos de todo pelaje que, una vez soplado el pitido final, en la calle seguramente no se cruzarán una mirada ni, por supuesto, compartirán una copa en ningún bar.
Cuando Joan Laporta dice que el Barcelona debe tener "compromiso político" y justifica así su público apoyo a la propuesta de nuevo Estatut para Cataluña, debería pensar antes en esa pluralidad a la que representa. Como Laporta abogado puede decir lo que quiera (y hacer lo que le parezca, como bajarse los pantalones en un aeropuerto), pero como presidente del Barça está obligado a medir sus palabras, porque con ellas está hablando en nombre de miles de socios y de millones de aficionados. Porque hay socios e hinchas del Barça que no piensan como Laporta, que no están a favor del nuevo Estatut, e incluso los hay que les importa un bledo el asunto. Por eso Laporta debe hablar también por ellos. O, mejor aún, quedarse callado.
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PD: A quien le moleste el tema del hilo, que pase de largo
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