El secreto lo guarda un maniquí. Al descubrirlo este jueves en la sala Gehry del hotel Meliá, en Bilbao, aparecerá el maillot naranja con la marca de la operadora de telecomunicaciones en pecho y espalda. El parpadeo que dure ese momento será suficiente para recordar con esa túnica a Roberto Laiseka en Abantos, en la Vuelta de 1999, o a Iban Mayo ganando en Alpe d'Huez en el Tour de 2003, o a Igor Antón tan feliz como el público que le aplaudía a rabiar bajo la pancarta de la Gran Vía cuando la Vuelta regresó a Bilbao en 2011.
La Fundación Euskadi nació en 1994 con un sueño como motor: colocar al ciclismo vasco en el escaparate mundial. Ese viaje casi se rompe por estrecheces económicas en 1997. Aquel mes de junio, Euskaltel salvó el proyecto. Aportó cerca de 27 millones de pesetas (160.000 euros) y pronto vistió de naranja a los corredores. Luego llegaron los triunfos en metas del Tour, el Giro, la Vuelta, los juegos olípicos, la Itzulia... Y las imágenes de los Pirineos en la Grande Boucle repletas de hinchas uniformados con el color de aquel sueño fundacional. Pocas veces un maillot se ha metido tanto en el paisaje de la ronda gala.
En 2013, un año después de desligarse de la Fundación Euskadi, el Euskaltel desapareció. En 2017 la Fundación Euskadi, que ya sólo tenía un equipo amateur, se apagaba. Mikel Landa es un ciclista de corazón. Metido en la vorágine del Tour, el corredor de Murgia se acordó de su origen. Le habían dicho que la Fundación, la casa donde había crecido, agonizaba, que Madariaga no encontraba financiación para seguir adelante. Dos horas antes de ir hacia la salida de la contrarreloj de Marsella donde se jugaba el podio -lo perdió por apenas un segundo-, Landa llamó a Madariaga. Le dijo que estuviera tranquilo, que le iba a echar una mano. Le echó más. Unos días después, tras una breve reunión, los dos acordaron el relevo. El técnico de Lemoiz le cedía la presidencia de la entidad. Madariaga soltó unas lágrimas. De alivio. Su obra estaba a salvo.
Pero no ha sido fácil. Landa cargó con el peso. Se apoyó en firmas como Orbea y Etxeondo, y en amigos como Jesús Ezkurdia, Jorge Azanza y Aitor Galdós. Durante dos años han remado en plena tormenta económica. Recuperaron el color naranja. Ese fue el primer guiño al pasado. Ahora, con el regreso de Euskaltel, completan el círculo. Todo vuelve al origen, a la raíz. La bandera naranja del Euskaltel-Euskadi ondea de nuevo.
Euskaltel, que tuvo unos beneficios netos en 2019 de 62 millones de euros, no es ya la empresa local del inicio. Ha tenido que adaptarse a un mercado global. En su accionariado hay fondos de inversión como el británico Zegona. Acaba de aliarse con Virgin para la expansión por el resto de España. Ese crecimiento es, claro, compatible con su enraizamiento en Euskadi, su cuna.
En 1997, el equipo ciclista fue clave en la evolución de la empresa y en la difusión de su imagen de marca. Ahora, Euskaltel regresa al maillot naranja para, juntos de nuevo, volver a las grandes carreras del mundo. «Juntos somos más fuertes», reza el lema del proyecto. Quieren reflotar la marea naranja que inundó el Tourmalet, meta este año en la Vuelta, una carrera que en breve anunciará los dos equipos elegidos para las plazas de invitados.
El Euskaltel-Euskadi, por historia, proyección y nivel deportivo merece un sitio, el que tuvo desde 1994 hasta 2013. Las instituciones vascas, además, mantienen buenas relaciones con ASO, la empresa propietaria del Tour y la Vuelta. Euskadi es ya sede habitual de la ronda española y se negocia con el Tour para que salga desde Bilbao en 2023. Y, por qué no, con el equipo naranja otra vez en ese pelotón.
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Y la pregunta es: ¿volverá la camiseta de Euskaltel?

